12/3/09

El guaifai, primera parte

Iniciándose el primer mes hábil del año concurrí a la principal biblioteca pública de Valparaíso y más antigua biblioteca pública de Chile, situada frente a la plaza principal del puerto, con la intención de hacer de ese ilustre espacio mi lugar de trabajo por los siguientes tres meses. Se trata de un bellísimo y lujoso edificio de arquitectura europea de principios del siglo XX, atestado de mármol, de vitrales y de maderas nobles, que fue declarado Monumento Nacional hace una década. La biblioteca posee una colección de ochenta mil libros. Pero, al igual que sucede en otros ámbitos de nuestra vida nacional, los laureles grandilocuentes suelen ocultar la pequeñez que nos caracteriza.

En las tres salas habilitadas para público impera un bullicio insoportable. No son los escasos lectores los responsables, sino que los abundantes funcionarios. En el mesón de atención de la primera sala hay dos señoras que conversan a pleno pulmón mientras llenan con delicada caligrafía, sobre cartones fiscales, fichas para el catálogo bibliográfico. En Internet hay decenas de programas gratuitos de gestión bibliográfica, pero estas señoras y esta biblioteca se aferran con orgullo a su anticuado, engorroso y caro sistema de cajoneras. Mientras una habla, la otra llena fichas. Después de pasar cinco minutos de pie frente al escritorio esperando para ser atendido, me atrevo a interrumpirlas. En voz baja las saludo gentilmente y les presento mis excusas por la molestia que pudiera causarles mi necesidad de información. Evitando los tecnicismos, les explico que deseo saber cómo conectarme a Internet con mi computadora portátil. Una de ellas me responde, displicente y con vozarrón de profesora de educación básica, que busque un enchufe y me instale cerca de él, según el largo de mi cable. Entonces iniciamos una conversación absurda, yo creyendo entender que debo conectarme a través de un cable de red, ella creyendo que el acceso a Internet va de suyo con sólo enchufar la computadora a la toma de corriente. Cuando la incomunicación se hace evidente y ella me sonríe burlescamente como si yo fuera un gringo extraviado que busca la casa de Neruda, me sugiere ir a conversar con “el encargado de Internet” en la sala de lectura del segundo piso.

Subo las anchas escaleras en curva. En la sala de lectura se repite parte de la escena del primer piso. Detrás de un mesón hay dos señoras que conversan en voz alta. Éstas, en lugar de llenar fichas, se liman las uñas. Al otro extremo de la sala, “el encargado”, de pie, con un papel en la mano, grita: “Se acabó la media hora, desocupar los computadores dos, seis, siete y ocho. Matilde, Esteban, Carlos y René pasen a los computadores dos, seis, siete y ocho”. Espero a que termine su labor de mandamás y lo abordo para plantearle mis preguntas. Él responde mecánicamente que debo llenar un formulario de inscripción y presentar mi cédula de identidad, luego obtendré una clave de acceso inalámbrico a Internet válida por media hora diaria. Le pido un acceso de mayor duración, le explico que mi trabajo de investigación así lo requiere.

- No va a poder ser, me responde.

Le pido que me dé una razón. En lugar de eso emite una ordenanza con aires de general.

- Es así no más. Si le gusta, tómelo, sino… no lo tome.

Supongo que se acobardó a media frase. Decido hacerle saber que es un cretino.

- ¿Está permitido hablar por celular dentro de la sala?

- ¡No! Esta es una sala de lectura. Aquí se viene a trabajar en silencio.

Cayó en la trampa, desbordando soberbia.

- ¿Y, entonces, usted porqué grita como si esto fuera una feria?

Me dirige una mirada torva y me aconseja buscar al director suplente de la biblioteca, en el primer piso.

Mientras vuelvo a tomar las imponentes escaleras decido dejar de lado la cortesía y adoptar actitud de ciudadano. El “no va a poder ser” y el “es así no más” me ponen frente al país que detesto, este donde las cosas no se explican sino que se dan por hechas, donde los ciudadanos se pliegan ante la burocracia, donde prima el “tómelo o déjelo”, donde “el encargado” está por sobre las reglas, donde el mármol esconde la precariedad de los servicios y las bibliotecas esconden la ignorancia de sus funcionarios.

1 comentario:

  1. bueno, esto no lo habia leido, imagino que educaron a una generaciòn para la mediocridad , me hace pensar en las pelìculas de zombies donde con tocarte o morderte te convierten en zombie, de repente uno se pregunta si no serìa mejor ser mordido y pasar al ortro bando, atravesamos tiempos oscuros, yo quiero pensar que nada podrà darme nunca ganas de hacerme convertir al esupi-cato -escato -capi-confo consumismo,
    ahora entiendo lo del sorete pero...es todo realmente una mierda?No , es por eso que mierda toma forma de significante , y vamos en busca de significantes, o al (yo) era (estaba ) al revès?"Yo esoy al derecho, dado vuelta estàs vos" Gabo

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