29/4/09

Micro-funa, primera parte

El otro día me encontré a Agustín Edwards en una de esas clínicas hoteleras del barrio alto de Santiago. Se le veía sano, el viejo es alto, camina rápido. De seguro andaba visitando a alguien. Nos encontramos de frente, yo saliendo del ascensor, y él entrando. Lo seguía un guardaespaldas. Nuestras caras estuvieron a pocos centímetros la una de la otra durante un pequeño lapso de tiempo y, justo cuando se alinearon nuestras miradas, le dije, despacito pero crudamente, en algo más que un murmullo, “viejo asqueroso”. Nos sostuvimos la mirada otro par de segundos, la mía fue más penetrante que la suya, no por eso con aspavientos de odio, sólo con seguridad. La suya fue una mirada débil, la situación no se le hizo cómoda pero tampoco reaccionó.
El guardaespaldas ni nadie vio ni oyó nada, fue algo que sucedió entre Edwards y yo. Fue una comunicación cerrada, privada, secreta. Duró sólo segundos pero él y yo construimos en ese instante un vínculo directo y exclusivo. Un sistema clausurado, un puente entre su consciencia y la mía. Y yo invadí su territorio, gané gracias a mi anonimato, a la sorpresa, a mi discreción, a mi hipocresía. Dentro de ese micro-mundo de rapidez, de susurro, de adaptabilidad, sus dólares, su periódico, sus contactos, no sirven de nada. En ese espacio él está sólo y desamparado.
Después de eso me sentí liviano y tomé el pasillo caminando con la espalda recta y a zancadas, sonriente. Me desabroché un botón de la camisa desnudando un poco el pecho, estaba acalorado. Me llené de energía, me atravesó los músculos una cosquilla de éxito. Fui asertivo, fui impío, fui sutil. Él, en cambio, se adentró en una angustia oscura, claustrofóbica, metálica, durante los seis segundos interminables que duró su descenso al primer piso. ¿Quién es ese tipo?, se preguntó. ¿Qué sabe de mí? ¿Porqué no levantó la voz? ¿Lo tenía planeado?
Al día siguiente nos enfrentamos de nuevo, cruzando en sentidos contrarios una mampara que separa la unidad de recuperación de la sala de espera. Nuevamente yo salía y él entraba. Nuestras miradas se volvieron a topar. Yo sonreí suave pero perversamente, no con la boca sino con los ojos. A él se le levantaron las cejas de impresión pero fue incapaz de decir palabra. ¿Qué me va a decir ahora?, pensó. ¿De qué me va a acusar? ¿Porqué no dice nada? No atinó a seguir caminando, sólo a desviar la vista. Yo me detuve a sostenerle la hoja de la puerta a la mujer que lo acompañaba. Me sentía a mis anchas mientras él se encogía en la incomodidad del reencuentro, queriendo alejarse y dejarme en el olvido. Pero nuestro micro-mundo ya lo habíamos creado la primera vez que nos vimos y la relación perduraba, como una conjura. La mujer lo hizo reaccionar, le dijo “entremos”, y él atinó a avanzar, con paso rendido, como un animal que, cada noche, es encerrado en su establo. Se enclaustró en sus pensamientos, en su conciencia sucia, en el miedo a la soledad, en su vida mohosa. Yo salí a la calle a caminar bajo el sol, a pensar en lo que haría esa noche, en quiénes vería, en cómo les contaría de mi venganza en contra del traidor, del cómplice de Pinochet, del mozo de la CIA, y de la miseria humana que representa.

3 comentarios:

  1. nada que decir
    sólo quizá que hay que ser muy carerraja
    buena!!!
    abrazos
    v

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  2. me recuerda a la microfuna que chaga le hizo a garin, lanzandole un escupitajo en la cara desde su bicicleta... un abrazo y fuerza man

    pablo

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  3. A propósito, le voy a preguntar a chaga a ver si nos ofrece su testimonio...

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