En su último número (3/5/9), la revista Viajes de La Tercera nos propone varios apasionantes relatos de lectores que vinculan los viajes con los olores. Los premiados participantes de esta sección nos trasladan a un Brasil con olor a pasillo de frutas y verduras del supermercado, a una Cartagena mohosa como una residencial de la playa grande y a un Tahíti dulce como el aceite bronceador de moda. Motivado por esos incisivos testimonios, que dan cuenta de la profundidad que nos caracteriza, a los chilenos, cuando viajamos, he querido aportar otros relatos de gente que he tenido la oportunidad de entrevistar.
“Cada vez que siento olor a poto me acuerdo del metro de París, donde se mezclan todas las fragancias étnicas imaginables. Recuerdo que había gente que se tapaba discretamente la nariz, pero para mí ese olor a poto multiracial era una sensación nueva. A veces, en días asoleados, el aroma del Zanjón de la Aguada tiene cierto parecido, pero no es lo mismo.”
Ramón, viajó para el Mundial de Fútbol.
“El olor a meado de calle me trae al recuerdo cuando me asaltaron debajo de un paso sobre nivel en la ciudad de Brasilia, hace muchos años atrás. Decidí cruzar a pie del lado este al oeste de la ciudad caminando por laberintos que bordean las carreteras urbanas. Justo a la altura de dos grandes posas de evacuaciones corporales, donde el olor a amoníaco era más fuerte, dos tipos me quitaron el reloj, la cámara y el pasaporte.”
Luís, transportista.
“Mi marido me llevó de luna de miel a Viña, nos alojamos tres días cerca del rodoviario, con vista a un pantano llamado Marga-Marga. Desde entonces, cada vez que siento olor a cloaca me dan ganas de echar un polvo.”
Rina, dueña de hogar.
“Ahora casi ya no se encuentra en ninguna parte, pero el olor a Metapío me recuerda cuando nos fuimos a mochilear con mi pololo de tercero medio al Perú. Nos fuimos en bus hasta Lima. En el trayecto del terminal a la playa, el copiloto de una combi me reventó un dedo del pie con un portazo. En la misma combi me pasaron a dejar a urgencias de un hospital donde me trataron muy bien y no me cobraron nada. Me quedé una semana en reposo en un hotel parejero y después volví a Chile porque ese año, no recuerdo porqué, nos adelantaron la entrada a clases.”
Morelia, estudiante de trabajo social
“El olor a bilis me recuerda Mendoza. A los 16 años, durante el viaje de estudio, me pasé toda una noche vomitando, borracho, en compañía del guatón flores que no tomaba. Hace poco tiempo pude volver a sentir esa experiencia cuando viajé con Los de Abajo a una eliminatoria a esa misma ciudad. Me senté en la plaza Sarmiento a recordar mis años escolares.”
Juan José, vendedor de seguros.
“Cuando chico fui una vez a acampar con los scouts de la parroquia de mi barrio. Hicimos un viaje precioso a una explanada de ferrocarriles en San Bernardo, en las noches nos despertaban los trenes, y en el día jugábamos a apedrearlos. Cuando nos metíamos dentro de las carpas y nos sacábamos los zapatos, salía un olor a pata super fuerte. Ahora que trabajo de tío del Sename me acuerdo de los trenes de San Bernardo cuando me toca hacer que los cabros se acuesten.”
Pedro, técnico en rehabilitación social
¡Envíanos tu testimonio a viajes@latercera.cl !
“Cada vez que siento olor a poto me acuerdo del metro de París, donde se mezclan todas las fragancias étnicas imaginables. Recuerdo que había gente que se tapaba discretamente la nariz, pero para mí ese olor a poto multiracial era una sensación nueva. A veces, en días asoleados, el aroma del Zanjón de la Aguada tiene cierto parecido, pero no es lo mismo.”
Ramón, viajó para el Mundial de Fútbol.
“El olor a meado de calle me trae al recuerdo cuando me asaltaron debajo de un paso sobre nivel en la ciudad de Brasilia, hace muchos años atrás. Decidí cruzar a pie del lado este al oeste de la ciudad caminando por laberintos que bordean las carreteras urbanas. Justo a la altura de dos grandes posas de evacuaciones corporales, donde el olor a amoníaco era más fuerte, dos tipos me quitaron el reloj, la cámara y el pasaporte.”
Luís, transportista.
“Mi marido me llevó de luna de miel a Viña, nos alojamos tres días cerca del rodoviario, con vista a un pantano llamado Marga-Marga. Desde entonces, cada vez que siento olor a cloaca me dan ganas de echar un polvo.”
Rina, dueña de hogar.
“Ahora casi ya no se encuentra en ninguna parte, pero el olor a Metapío me recuerda cuando nos fuimos a mochilear con mi pololo de tercero medio al Perú. Nos fuimos en bus hasta Lima. En el trayecto del terminal a la playa, el copiloto de una combi me reventó un dedo del pie con un portazo. En la misma combi me pasaron a dejar a urgencias de un hospital donde me trataron muy bien y no me cobraron nada. Me quedé una semana en reposo en un hotel parejero y después volví a Chile porque ese año, no recuerdo porqué, nos adelantaron la entrada a clases.”
Morelia, estudiante de trabajo social
“El olor a bilis me recuerda Mendoza. A los 16 años, durante el viaje de estudio, me pasé toda una noche vomitando, borracho, en compañía del guatón flores que no tomaba. Hace poco tiempo pude volver a sentir esa experiencia cuando viajé con Los de Abajo a una eliminatoria a esa misma ciudad. Me senté en la plaza Sarmiento a recordar mis años escolares.”
Juan José, vendedor de seguros.
“Cuando chico fui una vez a acampar con los scouts de la parroquia de mi barrio. Hicimos un viaje precioso a una explanada de ferrocarriles en San Bernardo, en las noches nos despertaban los trenes, y en el día jugábamos a apedrearlos. Cuando nos metíamos dentro de las carpas y nos sacábamos los zapatos, salía un olor a pata super fuerte. Ahora que trabajo de tío del Sename me acuerdo de los trenes de San Bernardo cuando me toca hacer que los cabros se acuesten.”
Pedro, técnico en rehabilitación social
¡Envíanos tu testimonio a viajes@latercera.cl !
jaja, la huea buena
ResponderEliminarpablo
puta la wea buena... se pasó
ResponderEliminarbuena, bravo, bien.
ResponderEliminarjoaco